El  hambre es el resultado de la inseguridad alimentaria y nutricional, y  se expresa, por una parte, en el consumo insuficiente de alimentos para  satisfacer los requerimientos energéticos y, por otra, en la  desnutrición (CEPAL, 2010). En el caso de América Latina y el Caribe la  existencia de población que no tiene acceso suficiente y oportuno a una  alimentación adecuada y padece, por lo tanto, inseguridad alimentaria,  no encuentra su causa fundamental en la disponibilidad global de  alimentos en relación con los requerimientos nutricionales de la  población, sino en la incapacidad de satisfacer las necesidades  alimentarias a través del mercado, lo que deriva en gran parte de la  desigualdad en la distribución del ingreso. Ello se traduce en  desnutrición crónica, particularmente en niños y niñas prácticamente  desde su nacimiento, con las consiguientes inequidades en la educación,  lo a que su vez tiende a reproducir la desigualdad distributiva (CEPAL,  2010).
Además,  en la región se presenta una alta heterogeneidad entre países y  marcadas desigualdades entre grupos poblacionales en su interior. Así,  aun cuando en los últimos años la producción alimentaria ha sido  excedentaria en todos los países, según la Organización de las Naciones  Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), hacia el trienio  2004-2006, el 8,6% de la población regional (45 millones de personas)  sufría subnutrición, proporción que se habría visto incrementada de  manera importante a raíz del alza de precios de los alimentos (CEPAL,  2010). 
Se  estima que 7,5 millones de niños y niñas menores de 5 años de edad  tienen baja talla para la edad y 4 millones tienen bajo peso para la  edad. Los hijos e hijas de madres con baja escolaridad, de origen  indígena o afrodescendiente y que viven en zonas rurales y urbanas  marginales de los países andinos y centroamericanos son los más  vulnerables (CEPAL, 2010). 
Efectivamente, no  todos los países tienen la misma situación: mientras casi la mitad de  las personas menores de edad de Guatemala tienen cortedad de talla  (desnutrición crónica) y casi un cuarto de los guatemaltecos y haitianos  presentan bajo peso (desnutrición global), la primera se considera  prácticamente erradicada en Chile y la segunda está erradicada en  Antigua y Barbuda, Chile y Granada. En los países, la heterogeneidad es  aún mayor y son más vulnerables los niños y niñas que viven en pobreza  extrema, con madre analfabeta, de origen indígena y que habitan en zonas  rurales de Centroamérica y los países andinos, aun cuando en términos  de tamaño la población desnutrida registra un marcado crecimiento entre  los sectores marginales de las grandes ciudades.
Una  mirada complementaria sobre la seguridad alimentaria y nutricional es  la alta prevalencia de enfermedades asociadas al “hambre oculta”,  derivada del déficit de micronutrientes. El problema más frecuente es la  anemia por carencia de hierro, que afecta a uno de cada tres niños  menores de 5 años y supera el 50% en varios países de la región. Los  déficits de vitamina A y de yodo también constituyen factores de riesgo  para diversos tipos de enfermedades, algunas de ellas limitantes tanto  física como mentalmente, convirtiéndose en un problema de salud pública,  en tanto un 85% de los hogares de la región todavía no tiene acceso al  consumo de sal yodada. (UNICEF, 2008, citado por CEPAL, 2010).
Otra  característica del estado nutricional de la población regional es el  progresivo aumento del sobrepeso y la obesidad, lo que hasta hace  algunos años era considerado un problema exclusivo de países con altos  ingresos. Acorde con el patrón de referencia del National Center for  Health Statistics (NCHS), la prevalencia del sobrepeso en la región  llega al 5% de las personas menores de 5 años, mientras que según el  nuevo patrón OMS este afecta al 7,3% de la población menor de 5 años en  la región (CEPAL, 2010).
 

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